Esta noche Gabriel apenas ha podido dormir, así que ha podido contar unos siete u ocho terremotos. Como hemos acampado sobre una plataforma de madera podemos sentir mucho más las vibraciones de la tierra. Con todo, se levanta antes que Ainhoa e intenta, una vez más, arreglar su bici. Cada vez suena más, entran peor las marchas y nos tememos que el desastre es inminente. ¿Aguantará hasta Osaka? ¿Aguantará al menos hasta que encontremos un taller de bicicletas?
Volvemos a escalar las dos colinas que separan el camping
del santuario de Miyajima, que a primera hora de la mañana está más lleno de ciervos
que de turistas. Gabriel tiene la teoría de que han traído los ciervos para que
los niños se entretengan mientras los mayores ven el santuario.
El famoso torii rojo de Miyajima no nos impresiona tanto. Probablemente
sea por el efecto abrasivo de haber visto miles de fotos de la puerta. Pero el
santuario en sí es precioso, y todo lo que hay alrededor (incluidas las tiendas
de souvenirs) son muy interesantes. Para cuando nos vamos, ya está abarrotado
de gente.
Cogemos el ferry que va directo desde Miyajima hasta el
PeaceHall de Hiroshima, para ver el parque y el museo de la bomba atómica. Cuesta
unos 20 € y tarda alrededor de una hora, que Gabriel aprovecha para dormir y
Ainhoa para escribir estas líneas. Si alguna vez vas a Hiroshima, recuerda que
existe este ferry y comprueba el horario, ya que hay muy poquitos al día pero
merece la pena, sin duda.
El museo de la bomba es sobrecogedor. Sus paredes están
empapeladas con la historia de la ciudad de Hiroshima y el desarrollo de la
guerra. La mayor parte de los turistas van directos a las vitrinas morbosas
pero conviene recordar cómo y por qué ocurrió semejante desgracia. Eran los
últimos días de la Segunda Guerra Mundial: la marina japonesa había sido
reducida a escombros oceánicos, los aviones eran atravesados por la munición
estadounidense como si fueran de papel y los altos mandos estaban divididos;
los bombardeos sobre las ciudades elevaban el número de muertos a varios
cientos de miles. Y parecía que la guerra nunca iba a acabar, que los japoneses
no se iban a rendir, que cada civil se había transformado en un soldado. Así que
desde EEUU se decidió poner fin a la guerra de la manera más drástica. Tenían preparadas
cuatro bombas atómicas. La primera fue la que explotó en el cielo de Hiroshima,
abrasando todo lo que encontró en un radio de 2,5 km. El gobierno nipón ya
había tomado la determinación de rendirse, pero no aceptaban las condiciones. En
lugar de esperar hasta llegar a un acuerdo, se lanzó una segunda bomba, que iba
destinada a Kokura. Pero el piloto no podía ver su objetivo debido al mal
tiempo, así que cambió el rumbo hacia Nagasaki, donde se repitió la triste
historia de Hiroshima. Ambas ciudades aún sufren la maldición de la radiación.
Cuando salimos, apenas hablamos. Aún estamos digiriendo lo
que hemos visto y escuchado en el museo, pero no podemos detenernos mucho más:
aún quedan unos 30 km, hay que subir una montaña más y quedan pocas horas de
luz. Así llegamos a Higashihiroshima, una pequeña ciudad oculta entre valles
verdes, donde pasamos una noche muy agradable en casa de Koubun.
terremotosssss, bueno veo que estais bien.No creo que vea nunca ese museo pero según lo relatas tú es como si estuviese allí.Merche
ResponderEliminary el pikachu riojano?
ResponderEliminarBuen viaje estais corriendo, enhorabuena
ResponderEliminarUn día con una fuerte carga espiritual y emocional.
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