Nos levantamos descansados. Nuestro cuerpo empieza a comprender que por mucho que se queje, no vamos a parar. Así que nos da un respiro: el sarpullido de codos y rodillas remite, las heridas abiertas por los culottes se están curando, nuestra piel comienza a no sufrir tanto con el roce de la ropa. Menos mal, porque hoy tenemos que recorrer más de 80 kilómetros para llegar hasta la casa de Joe, un amigo de Shane, que se ha ofrecido para alojarnos en Karatsu.
Rodamos de maravilla, para mediodía ya hemos recorrido 40
kilómetros. El terreno es relativamente plano y hoy hay nubes. El sol sale
justo en la única cuesta arriba que tenemos en todo el día. Sufrimos un poquito
para subirla, y hacemos una parada en mitad de la colina, justo enfrente de un
taller de alfarería.
El maestro alfarero sale al encuentro de Gabriel. Nos ve
agotados, así que nos ofrece pasar a su casa, donde nos sirve té con hielo y
unos dulces japoneses que ha hecho su mujer. Está entusiasmado, él recorrió
Europa unos cuantos años atrás y chapurrea algo de inglés, unido al poco
japonés que conocemos, más o menos conseguimos entendernos. Pasamos a su
taller, nos enseña una increíble colección de cerámica japonesa, china y
coreana. Vemos recortes de periódicos donde sale su nombre: es un artista
famoso, y tanto él como su familia han recorrido el mundo enseñando las
técnicas tradicionales de la fábrica japonesa. Nos ofrece una taza de matcha,
el té verde que no se infusiona, sino que se machaca hasta formar una espuma
deliciosa. Se nos hace tarde y tenemos que marcharnos, pero nos vamos con una
sonrisa en los labios que no se nos borra hasta que el cielo vuelve a caer
sobre nosotros.
Recorremos diez kilómetros más a partir del taller de
cerámica y, al pasar un túnel, Gabriel mira al cielo. Las montañas han
desaparecido. Las han engullido unas nubes absolutamente negras, amenazadoras,
terroríficas. Comienza a tronar. Las nubes bajan aún más, ahora van a por
nosotros. Sabemos que tenemos menos de dos minutos para buscar un refugio si no
queremos sentir la furia del cielo. Cae la primera gota; la siguiente viene
acompañada de otro millar de gotas más. Por suerte, estamos bajo techo. Contemplamos
la impresionante tormenta desde el ventanal de un Seven eleven, y esperamos que
escampe. Una hora y media después, empezamos a darnos cuenta de que no va a
parar; nos sabemos la tienda de memoria, ya hemos hojeado todas las revistas
(hasta las cochinas, que están al lado de las infantiles, por cierto).
No creemos que podamos llegar a casa de Joe antes de que
anochezca, así que le llamamos para avisarle. Y él se ofrece para venir a
buscarnos, bicis incluidas, y llevarnos hasta su casa, para la que aún quedan
unos 20 kilómetros cuesta arriba. ¡Qué suerte estamos teniendo! Tiene un coche
enorme en el que entra todo.
Nuestro anfitrión es, sencillamente, encantador. Tiene una
casa preciosa, que sentimos como nuestra. Cocina para nosotros, entre otras
cosas, un puré de patatas espectacular. Comienza a correr el vino (incluso
sobre el tatami) y, de nuevo, nos sentimos felices por poder vivir esta
experiencia única y encontrar gente tan buena en el camino.
Hablando con unas amigas aquí que han vivido en Japón, me dicen que la humedad llega al 90% en verano, así que por eso os parece tanto calor. !que suerte habéis tenido con el couch-surfing! Gabriel, estás en los huesos! Kathy
ResponderEliminarHoy es el primer rato que he tenido para sentarme a leer vuestro blog, y me voy emocionando con cada etapa, con lo que contais, con las fotos, con la amabilidad de esas gentes, con los paisajes... Menuda experiencia estais viviendo y nosotros a través de vosotros. Ánimo con el calor. Espero con impaciencia vuestra próxima publicación. Cris mascotas.
ResponderEliminarpor dios, pero que dias tan bonitos, qué experiencia, qué gente tan buena.Qué suerte estais teniendo.Vosotros lo valeis sois dos personas estupendas y muy abiertas así da gusto.Qué casa, espectacular con pocas cosas y todo lo que dice.bueno deseando de saber más el próximo dia besitos para los dos.Merche
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