Nos levantamos bien descansamos y planteamos la etapa de la manera más bonita y llana posible. Lo primero es relativamente fácil si consigues escapar del tráfico y lo segundo es casi imposible en estas islas verdes.
Ayer se nos hizo tarde con la charla inesperada con el padre
Aguilar, así que hoy por la mañana vamos a ver la zona sobre la que estalló la
bomba atómica. Estando allí no piensas en la radiactividad, ni siquiera en el
efecto devastador de la bomba sobre la ciudad. Sencillamente ves a la gente
que, con una serenidad pasmosa, pasea tranquila por el parque. Algunos dejan
unas latas de refrescos o botellas de agua como ofrenda para las almas de las
casi 150.000 personas que se marcharon aquel día. Cerca del epicentro, una
madre saca una foto a sus hijos que, inocentes, sonríen apoyándose sobre la
lápida. Una tragedia que nunca debió ocurrir, como nos recordó el padre
Aguilar, ya que Japón ya se había rendido, sólo quedaba negociar las
condiciones. Y, sin duda alguna, volverá a ocurrir. Da igual cuánto avance la
ciencia si los corazones de los hombres no lo hacen al mismo tiempo.
Con un sabor agridulce retomamos la carretera para abandonar
Nagasaki, unos kilómetros que se nos hacen interminables hasta que dejamos
atrás el tráfico insufrible tan típico de las grandes ciudades. Pero apenas
salimos, el verdor nos rodea de nuevo.
qué foto tan bonita, da mucha paz y tranquilidad.Merche
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