viernes, 10 de agosto de 2012

Día 3: en ferry




Nos pusimos en pie a las 6 de la mañana. Por delante nos esperaba un día relajado, todo cuanto teníamos que hacer era pedalear en liso hasta el puerto de Nanko para coger el ferry que nos llevaría hasta Shibushi, donde realmente empezaremos a rodar por las carreteras japonesas.
Nos lo tomamos con muchísima calma, desayunamos con Nozomi, hablando de gatos y más gatos, y nos pusimos en marcha. Parecía que se levantaba nublado, así que ni nos molestamos en dejar la crema de sol a mano. Craso error, Ainhoa está negra (el contraste se hace especialmente evidente en mitad de la frente, justo donde acababa el pañuelo) y Gabriel tiene un curioso color rojo-anaranjado. Hicimos nuestra primera compra en una tienda japonesa, tratando de no quedar abrumados por el espectacular arte del envoltorio que esta gente tiene. Fuimos a almorzar a un parque precioso y enfilamos el puerto. Después de perdernos un poco y tener que retroceder, vivimos nuestra primera batalla lingüística. Fuimos completamente felices y confiados a la ventanilla donde pensábamos canjear nuestra hoja de reserva por los billetes de ferry. Pero, ¿quién dijo que desenvolverse por Japón era fácil? Al final entendimos las instrucciones, pero el precio final era mayor del que esperábamos: no habíamos contado con la sobrecarga de viajar en bici y sólo nos quedaban 10 euros para sobrevivir. La situación era crítica, al día siguiente teníamos que coger otro ferry, si no encontrábamos un cajero (suelen estar abiertos sólo de lunes a viernes) al día siguiente, apenas tendríamos dinero para cenar, desayunar y comer al día siguiente, y además deberíamos recorrer 20 km de más. Y con esa tranquilidad embarcamos.

Dejamos nuestros bultos en un camarote estilo japonés, que íbamos a compartir con unas cuantas personas más, y subimos a cubierta para ver zarpar el barco. En la entrada habíamos visto una cesta con cintas de colores, que las usan sobre todo los niños cada vez que botan el ferry. Las tiran por la cubierta, enganchándolas en la barandilla, y es una costumbre preciosa no sólo por el colorido sino también por las caras de felicidad de los niños (y de los padres, que todo hay que decirlo).

Una vez puesto ya rumbo a Shibushi pudimos probar una de esas sensaciones japonesas que todo el mundo menciona: ¡los váteres ultra tecnológicos! Lo del chorrito no es para tanto, lo realmente genial es cómo tienes los inodoros montados en las casas particulares: al tirar de la cadena, el agua no va directamente a la cisterna, sino que antes pasa por un grifo en el que puedes aprovechar para lavarte las manos.

Dormimos durante casi todo el trayecto, y al madrugar tomamos la aventurada decisión de comprarnos unos vasitos de comida preparada, que sólo tienen que ser hidratados con agua hirviendo para preparar un delicioso plato de sopa con tallarines, carne y gambas. ¿Encontraremos un cajero al día siguiente?






3 comentarios:

  1. piensate en serio escribir un libro con todo esto hay mucho material y es el tercer dia.Sigo dando ánimos besitos sabeis que os sigo.Merche

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  2. sorpresa,vistas las señales de trafico espero que todo transcurra bien,por que yo no voy a buscaros

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