Probablemente la etapa más dura la hayamos vivido sin
montarnos en la bici. Tras 9 horas de vuelo (¿o han sido 11? ¡No lo sabemos,
nos hemos hecho un lío con el cambio horario!) llegamos al aeropuerto de Kansai
(Osaka) a las 5 de la tarde, hora local. En ese momento empezó la odisea. El
objetivo de la misión era llegar hasta casa de Nozomi, nuestra anfitriona la
primera noche en Japón.
Fuimos a recoger las cajas con las bicis, que en apariencia
no estaban demasiado maltratadas (luego vendrían las sorpresas). Pasamos por la
oficina de inmigración, y después de varias preguntas, formularios y
reverencias, llegamos oficialmente a Japón. Nos esperaba un tiempo muy
agradable, no tan caluroso como nos temíamos, y muy pocas nubes vinieron a
recibirnos. Nos volvimos un poco locos para sacar los billetes de tren y
arrastramos las cajas de las bicis como buenamente pudimos hasta el andén. En
Mikunigaoka (donde están las famosas tumbas en forma de herradura) debíamos
hacer transbordo hasta la estación de Hagiharatenjin. Por suerte, había
ascensor y un amable japonés ayudó a Ainhoa con su caja. La más ligera de las
dos pesaba la nada despreciable cifra de 29 kilos, pero no podíamos sacar las
bicis de los cartones porque debían ir embaladas dentro del tren. Y así pasamos
casi dos horas entre arrastres, transbordos, más arrastres y sumimasens.
Cuando llegamos a nuestro destino, la estación de
Hagiharatenjin, llamamos a nuestra anfitriona, que acogía al mismo tiempo a una
pareja de ciclistas polacos que justo acababan su periplo en el lugar donde
empezaba el nuestro. Vino a buscarnos el polaco y se le descompuso la cara
cuando vio las cajas. No podíamos llevarlas en volandas hasta la casa de
Nozomi, así que, deprisa y a oscuras, comenzamos a desembalar y montar. Allí
nos dimos cuenta de que un tornillo de la rueda delantera de Gabriel estaba un
poco torcido (¡esperemos que aguante hasta el final!) y la pata de cabra de
Ainhoa también había sufrido algún percance, pero nada sin importancia. El
final del día estaba cerca, y en casa nos esperaban para cenar unos deliciosos
Takuyaki (bolitas de pulpo), hechos en una especia de gofrera que nos
enamoró. Después de una ducha caliente
al fin nos fuimos a la cama, donde Ainhoa no pudo descansar en toda la noche
por culpa de una alergia no asumida a los gatos, que tanto adora.
la comida me llama, mmmm qué pinta.Qué estres de día.
ResponderEliminarmanuel:haber Gabi segun mi punto de vista o sobra material o faltan manos.
ResponderEliminarSoy Graci:Vaya,esas últimas bolitas de comida de las fotos las como yo en un chino vegano de callao, y siempre me he preguntado que llevan!!!!
ResponderEliminarQ tal Japón¿?y las duras cuestas¿?¿?¿?¿
Ja,ja! Pues espero que no sean las mismas, porque éstas llevan pulpo :)
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