viernes, 14 de septiembre de 2012

Días 36 y 37: Vuelta a casa


Cada vez que empaquetamos las bicis para viajar con ellas, empleamos un método diferente. Tampoco está muy claro que el método vaya mejorando, pero esta vez han quedado medio decentes. También hay que decir que las cajas estaban en perfecto estado, no como las que cogimos a la ida, que estaban ya medio destrozadas. Desmontamos todo lo desmontable en la bici y lo aseguramos con celo al cuadro junto con un par de alforjas, la tienda de campaña, los sacos de dormir y parte del equipaje. Lo embalamos y gastamos un rollo gigantesco de plástico que las deja listas para afrontar el matrato del aeropuerto.

Como estaba acordado, viene nuestro “taxi” particular que nos deja junto al autobús, que nos cuesta apenas unos 17€ por persona y en hora nos deja en el mismo aeropuerto. Una vez allí volvemos a confirmar que en Japón nadie habla inglés, ni siquiera en el mostrador de facturación. La pobre chica que nos atendió era nueva, no entendía bien el inglés y aún desconocía las normas de la compañía: pretendía cobrarnos un pastón por sobrepeso, aunque ninguna de las dos cajas llegaba al límite que permite Qatar de manera gratuita por ser equipaje deportivo. Al final llamó a una encargada, que se llevó la hoja que habíamos impreso donde venía la información en inglés de cuántos kg podíamos facturar, y al cabo de unos largos minutos nos confirma lo que ya sabíamos, que no hay ningún problema y que no tenemos que pagar ni un yen de más.

Tomamos la última comida japonesa del viaje, sushi, tempura y ramen, y nos montamos en el avión donde vamos a pasar las siguientes 11 horas, que pasamos casi enteras durmiendo. La escala en Doha es de apenas un par de horas, aunque tenemos que esperar otra más porque el avión que vamos a coger llega con retraso. Los vecinos de butaca nos amargan un poco las 7 horas que tenemos de vuelta, montan una fiesta regada con alcohol que no nos deja descansar, pero todo en la vida pasa y llegamos a Madrid sin más incidencias y con las cajas enteras.

Viene a buscarnos la madre de Gabriel, y aunque ha ido leyendo en este blog el diario del viaje, no podemos evitar hablar durante todo el camino de la experiencia que hemos vivido, de la gente maravillosa con la que nos hemos encontrado, de lo que nos hemos reído, de lo que hemos sufrido, de los paisajes, de la costumbre, de la comida. El futuro es incierto, pero una cosa está clara: éste sólo ha sido el primero de los viajes que haremos por ese archipiélago mágico.

Y ya sólo queda dar las gracias por todo: por la suerte que hemos, por lo bien que nos han acogido, por los mensajes de ánimo que nos habéis hecho llegar y que poco a poco iremos respondiendo. Dar gracias a la familia, por habernos entendido, a Cyclotrip por su ayuda y a Angela por un trabajo excelente. A los kamis, a los hotokes, a Nozomi, Johan, Amy, Yasmin y “Jose”, Kozue, Katelyn, Shane, Peacefull, Nelly, Joe, Sumire, Josh, Mizue y las gemelas, Hikaru, Bun y compañeros, Mark, Mika y Hiro, Kaccey y Bernardo, a toda la gente que nos ha ayudado por el camino… gracias.








miércoles, 12 de septiembre de 2012

Días 34 y 35: Kobe


Aprovechamos los últimos días que nos quedan en Japón para relajarnos, comprar regalitos y hacer una última visita cultural. Visitamos el museo de la ciudad de Kobe con la esperanza de ver la colección de arte Nanban que cobija y que contiene, entre otras cosas, cuadros de estilo renacentista elaborados en Japón hace cuatro siglos. Pero nos quedamos con las ganas, sólo abren la sala la primera semana de septiembre. Por suerte, conseguimos el mail del encargado del museo para que nos envíe reproducciones de lo que queríamos ver.

Las compras son una absoluta locura. Primero vamos al centro comercial de Sannomiya, en el centro de Kobe, que puede ser un paraíso para los fanáticos del shopping, pero que resulta abrumador para dos pobres ciclistas cansados. Aunque para locura, las calles comerciales del barrio de Namba, en Osaka, donde puede encontrarse absolutamente todo tipo de productos y personajes.

De camino, pasamos por una tienda de bicis y aprovechamos para preguntar (con la ayuda inestmable de Kaccey) si sería una gran molestia que nos guardaran un par de cajas de cartón. Conseguimos concertar la cita para el día siguiente, envolvemos las cajas con bolsas de plástico y las llevamos hasta casa con la compañía inseparable de la lluvia. Un problema menos. Ahora sólo queda solucionar el gran quebradero de cabeza: tenemos que coger un ferry que está a unos 6 km de casa, pero no podemos recorrer ese trecho con dos cajas enormes que pesan 30 kg. Tampoco podemos llegar hasta allí con las cajas vacías sobre la bici. Y por supuesto, no hay combinaciones de trenes ni autobuses. Entonces aparece de nuevo Kaccey, hace un par de llamadas y nos consigue el coche de una amiga suya para llevarnos con las bicis empaquetadas hasta la parada de un autobús que va directo al aeropuerto. De modo que, al contrario que a la ida, no tenemos que pasearnos con las dichosas cajas.

Disfrutamos de las últimas cenas en Japón: la primera, completamente española (aunque con un jamón que sabía a salmón, que al final llamamos salmón serrano) y la segunda una carne a la parrila para cocinar tú mismo en un restaurante. Así que dejamos Japón con un buen sabor de boca.















domingo, 9 de septiembre de 2012

Día 33: Kyoto - Kobe




Al fin llega la recta final de nuestro viaje. Tenemos que tomar la decisión más importante del día:por un lado, el camino llano, por la ciudad, lleno de tráfico, que son unos 75 km; por otro, la ruta de montaña, subir hasta los 400 metros, por una carretera sin tanto tráfico y seguramente mucho más bonita, pero con 10 km más. Elegimos lo más fácil. Error. Teníamos que haber dejado las carreteras japonesas por la puerta grande, sudando la gota gorda por culpa de un asencenso por un valle verde y no por culpa de los semáforos y los ciclistas kamikazes.

Es un día duro, estamos ya muy cansados por el viaje, y aunque aún seguimos en ruta ya empezamos a hacer balance. Y a pensar en el próximo destino, por supuesto. Hemos cometido errores que no queremos repetir. Probablemente, el más importante de ellos ha sido haber planteado las etapas demasiado largas. Lo ideal habría sido no pedalear más de 50 km al día o, dicho de otra manera, pedalear con ganas por las mañanas y dejar la tarde para descansar, para hacer un poco de turismo, para relajarnos, para hablar más entre nosotros. También nos ha condicionado mucho el tipo de viaje que hemos ideado: un viaje lineal, con nodos intermedios de visita obligada, demasiado preparado. Hemos tenido que cumplir con un calendario y eso ha provocado que, en ocasiones, viviéramos la etapa con el estrés de llegar a tiempo o antes de que se hiciera de noche.

Otro quebradero de cabeza han sido las bicis. Estamos haciendo este camino, de cerca de 2.000 km, con unas bicicletas que costaron 250€ y eso a la larga se nota. La bici de Gabriel, aun después de haberla llevado al taller, ha seguido haciendo ruidos extraños y probablemente haya que volver a cambiar la cadena y enderezar el eje de la rueda. O comprar otra. Otra bici, quiero decir. Las bicis y todos sus componentes han sufrido mucho con el calor y la humedad, tenemos cables y tornillos oxidados y tres bidones inutilizables. Demasiado han aguantado, las pobres. Después de tres viajes en plan cicloturista, ya sabemos más o menos qué necesitamos y qué nos sobra. Así que dejaremos nuestras mountain bike para lo que son, para darnos unos paseos por las montañas.

Es más difícil saber qué ha sido lo mejor del viaje. Probablemente, lo mejor de todo haya sido Japón: la seguridad en la carretera, el respeto al ciclista, la seguridad, el no tener que candar las bicis, la comida deliciosa, el hecho de poder comer caliente en cualquiera de los combinis que pueblan las carreteras, el paisaje, la gente. Lo más arriesgado del viaje eran los elementos naturales (razón por la que habíamos dejado unos días de más, por lo que pudiera pasar), las lluvias torrenciales, los tifones, los volcanes, los tsunamis, los terremotos, los desprendimientos… pero en todo momento nos hemos sentido protegidos por los kamis.

Y con estos pensamientos llegamos a Kobe, donde nos esperan Kaccey y Bernardo, que nos acogerán en su casa los días que nos quedan para marcharnos. Y que se encargan de alegrarnos el día llevándonos a cocinar Okonomiyaki.



sábado, 8 de septiembre de 2012

Día 32: Kyoto




Hoy es día de turisteo (que no de descanso). Hay tantas cosas que ver que no nos podemos permitir el lujo de aparcar las borricas y recorrernos la antigua capital a pata. Tenemos que diseñar bien la ruta, y al final decidimos no verlo todo pero sí lo más importante y de manera tranquila. Así que nos levantamos prontito, desayunamos y nos fuimos a recorrer los templos que están cerca de la estación central (cuando tenga algo más de tiempo podré deciros con exactitud qué templos eran y escribiré los pies de foto).

A continuación visitamos el castillo de Nijo, del que no os podemos mostrar el interior porque está prohibido hacer fotografías. Pero si vais a Kyoto alguna vez no dejéis de visitarlo. Uno de los principales atractivos del castillo es que es uno de los pocos que no está reconstruido, lo que significa que aún conserva las pinturas originales de las paredes, en su mayoría realizadas por la escuela Kano. Otro buen motivo para visitarlo es que era la residencia que se hizo construir Ieyasu Tokugawa, algo así como un castillo para tiempos de paz.

Después de comer ascendemos las colinas que hay al oeste de Kyoto para visitar los santuarios zen más famosos, y la lluvia no nos impide apreciar la belleza de sus jardines. Entre ellos, destaca el Pabellón de Oro, que es ya un símbolo del turismo japonés.

De regreso al hotel pasamos por el Palacio Imperial, rodeado por un inmenso jardín de forma cuadrada, antes de seguir el curso que atraviesa Kyoto de norte a sur hasta el atardecer. Para el día de hoy, lo mejor es ver las fotos.




















viernes, 7 de septiembre de 2012

Día 31: Lago Biwa - Kyoto




Nos despertamos rodeados de pescadores madrugadores que no tienen suficiente lago (un perímetro de unos 100km)  para disfrutar de su hobbie y tienen que sentarse al lado de nuestra tienda.

Animados por el madrugón, planificamos el día. Nuestra primera idea era haber dado la vuelta al lago, pero los primeros kilómetros nos desaniman un poco, no tiene tanto encanto como esperábamos, así que decidimos ir a Kyoto por el camino más largo, dando una vuelta por las montañas de alrededor. De camino nos encontramos con un jardín botánico dedicado a plantas acuáticas, que nos roba buena parte de la mañana.

Comemos un plato de comida preparada en un conbini y hacemos ganas para empezar a subir la montaña. El bello paisaje compensa con creces la tarea de subir los últimos kilómetros con rampas entre un 7 y un 9% de desnivel. Lo bueno es que después de la subida siempre viene la bajada, y durante los próximos 30 kilómetros nos limitamos a dejar caer las bicis hasta la antigua capital, Kyoto.

Quizá teníamos que haber hecho una reserva en algún lugar, pero hasta esta mañana no sabíamos qué íbamos a hacer. Atravesamos la ciudad para llegar hasta el albergue juvenil que está indicado en nuestro mapa, y después de una hora dando vueltas nos dicen que hace un tiempo que está cerrado. Rodamos unos kilómetros más hasta el siguiente albergue, que tampoco existe. Ahí es cuando empezamos a ponernos nerviosos, empezamos a buscar hoteles pero son todos muy caros. Hasta que, por pura casualidad, nos metemos en una callejuela donde hay un hotel asequible, así que decidimos quedarnos en el mismo lugar durante dos días. Y según nos instalamos en nuestra habitación, vemos por la ventana como de nuevo ha comenzado a diluviar.