La idea que teníamos para hoy era salir (sin prisas) de Wakimachi, dormir en Naruto, ver los remolinos, y al día siguiente atravesar el puente que une Shikoku con la isla de Awaji, y de ahí a la gran isla de Honshu, dirección Kobe. Menos mal que, por un nuevo milagro de los kami, nos hospedamos con Mika y Hiro. Mika nos advierte de que uno de esos puentes no se puede atravesar con la bici y de que los ferris que salen de cada isla no llegan hasta la siguiente: sólo sirven para acercar a los turistas hasta los remolinos. A Ainhoa, que necesita tenerlo todo controlado, casi le da un síncope. Gabriel sigue desayunando tan tranquilo. Se cambia la ruta, se avisa a la gente que nos queda por visitar y ya está.
Así que… ¡cambio de planes! Desde Wakimachi iremos a
Tokushima, de ahí cogeremos un ferry que en dos horas nos deja en Wakayama, una
ciudad histórica al sur de Osaka; de Wakayama iremos a Sakai para visitar a
Nozomi, la mujer que nos acogió el primer día en Japón; y de ahí, cambiamos el
sentido de la vuelta, empezando por Nara y siguiendo por el lago Biwa y Kyoto
para acabar en Kobe. Incluso nos ha venido este cambio inesperado, porque desde
Kobe podemos coger un ferry que va directo al aeropuerto de Kansai y, una vez
allí, empaquetar las bicis.
Tomamos el típico desayuno japonés, que incluye la sopa miso
a la que nos estamos haciendo adictos, recalculamos la ruta y ponemos rumbo,
tranquilamente, hacia Tokushima. Nos da muchísima pena despedirnos de Hiro y
Mika, han sido unos anfitriones excelentes.
El valle ya se va ensanchando y las montañas quedan cada vez
más alejadas. El ambiente rural deja paso, poco a poco, al paisaje industrial. Menos
mal que los 50 km que nos separan de Tokushima pueden hacerse por carril bici,
que discurre paralelo al río. Los hacemos del tirón, casi sin enterarnos, y nos
da tiempo a coger el ferry de las 13:30. A bordo, nos echamos una siestaza de
un par de horas al estilo japonés, tirados en el suelo.
Cuando llegamos a Wakayama, las previsiones se cumplen y
empieza a jarrear. Nuestra primera intención era quedarnos en un camping cerca
de la playa, a unos 10 km de la ciudad, pero con alerta naranja en toda la
región del Kansai no parece muy buena idea. Gabriel trata de convencer a Ainhoa
de que es una nube pasajera, pero vemos un hotel que nos dice: “entrad, hijos
míos, tengo una ducha calentita y una cama blandita para vosotros”… y no
podemos resistirnos a sus encantos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario