Salimos reconfortados de casa de Amy, descansados y aseados. Hoy va a ser una etapa medio larga, esperamos
recorrer unos 60 km bajando un río y luego por costa. Por la mañana volamos
entre los verdes valles de Japón; a un lado y al otro, se abren campos de arroz
protegidos por altas montañas. Cuando llegamos a la costa, pensamos que no
vamos a dejar de verla ya en todo el día. ¡Qué equivocados estamos! Abandonamos
una playa paradisíaca (cuando Dios hizo el Edén no pensó en América, pensó en
Japón) y empezamos a subir y bajar durante kilómetros sin volver a ver el mar.
Las subidas son durísimas, al principio del día lo sobrellevamos como podemos,
pero las últimas los subimos al lado de la bici.
Por el camino, vamos fijándonos en la fauna que habita estas
islas. Los insectos isleños siempre son peculiares, tienen cierta tendencia al
gigantismo o al enanismo. En el caso de Japón, los bichos son grandes como
puños. Los hay preciosos, como una mariposa negra con un punto blanco que
tendrá más de 15 cm de envergadura. Los ciempiés y las arañas gigantes son
igual de fascinantes. No tardaremos demasiado en empezar a ver serpientes
también.
Cuando ya queda poco para anochecer y hay que ir pensando
dónde dormir, empieza a diluviar y nos tenemos que refugiar en una marquesina
bien preparada para la lluvia. Tanto que llegamos a plantearnos quedarnos allí
a dormir, si no fuera porque una colonia de hormigas tuvo la idea antes que
nosotros. Mientras esperamos a que escampe, se abre la puerta de la marquesina.
Ha venido un hombre con su coche e, increíblemente, habla inglés. Preocupado,
nos pregunta dónde vamos a dormir, y se queda aún más preocupado cuando le
decimos que probablemente lo hagamos a la intemperie. Estamos seguros que de no
ser porque las bicis no entraban en su coche, nos habría propuesto quedarnos
con él.
Cuando escampa, seguimos un poco más, hay un camping más
adelante. Nos habían dicho que no merece la pena ir a un camping japonés, que
son caros y no tienen demasiadas facilidades. Pero nos da miedo la lluvia, si
vuelve a caer durante la noche de semejante manera y se nos lleva una riada, al
menos que nos tengan localizados.
La recepción está vacía, esperamos un largo rato pero parece
que no hay nadie. Al poco tiempo aparece una mujer filipina que nos pregunta en
un inglés alto y claro si puede hacer algo por nosotros. Yasmin, así se llama
nuestra salvadora. Acude a buscar alguien de la plantilla del camping y a los
pocos minutos vuelve con un chico joven que no entiende cómo podemos querer
dormir en una tienda de campaña con el calor que hace y con la alta probabilidad
de lluvia. Tanta pena le damos que nos ofrece acampar de manera gratuita. Y
como estos japoneses piensan en todo, nos pide que lo hagamos junto al bungalow
de Yasmin, ya que es la única persona capaz de hablar inglés en el camping.
Empezamos a montar la tienda, ya está anocheciendo. De
repente, toda una horda de japoneses nos rodea, los hijos de Yasmin nos ayudan
a terminar de montar la tienda y tenemos a diez niños subidos a nuestras bicis,
encendiendo las lámparas, tocando el timbre, abriendo los bultos y riendo. Un
adulto los acompaña (nosotros lo llamamos Jose, en japonés sonaba algo
parecido), y nos invita con toda la alegría que le daba la cerveza a participar
en un juego típicamente japonés: aporrear la sandía. Casi sin darnos lugar a
terminar de instalarnos, nos llaman para que nos unamos a ellos. Primero van
los niños, luego nosotros. Nos vendan los ojos, nos dan varias vueltas, y
tenemos que atinar con una escoba a una sandía que hay tirada en el suelo,
siguiendo sus (japonesas) instrucciones. ¡Omoshiroi!!!
Luego nos invitan a cenar, tanto los locos de la sandía como
Yasmin y su encantadora familia. Degustamos su yakisoba y la barbacoa de Jose.
Aún embobados por la calidez y hospitalidad de esta gente, los niños nos cogen
de la mano y nos llevan a una pradera cercana, gritando “¡Hana-bi! ¡Hana-bi!”.
Fuegos artificiales. Bebemos, nos reímos, hablamos, nos entendemos como
buenamente podemos. Disfrutamos viendo cómo los padres se dejan contagiar por
la felicidad de sus niños y nos sentimos en familia. Esa noche apenas dormimos,
pero no nos importa. Ha sido una de las mejores noches de nuestras vidas.
ya era hora jejeje.Cada vez me gusta mas esa gente.Lo que estais viviendo no tiene precio solo pasa una vez en la vida.Es un sueño, de verdad.Merche
ResponderEliminarse me saltan las lágrimas con este relato, que gente más amable! Kathy
ResponderEliminarI agree with Kathy. This is such a beautiful episode on your journey. I'm so very proud of you two--all your hard work, and you are getting some lovely rewards--both from people and the scenery. Estupendo! Abrazos, Ellen, Angel y Familia
ResponderEliminar