Salimos tardísimo. Nos sentimos tan a gusto con Joe, nuestro anfitrión, que nos lo tomamos con muchísima calma (tal vez demasiada teniendo en cuenta el día que nos espera por delante). Después de varios cafés al fin levantamos el campamento, montamos las bicis y nos dejamos caer ladera abajo durante 8 km. Así da gusto empezar el día. Mientras tanto, pensamos en la suerte que tuvimos de que Joe pudiera venir a recogernos con el coche, porque tengo serias dudas de que hubiéramos sido capaces de subir semejante cuesta el día anterior.
Llegamos hasta el pueblo de Karatsu, coronado por un
castillo que domina toda la bahía. Hace un tiempo todo Japón estuvo cubierto de
castillos. La mayor parte de los que se pueden visitar ahora son reproducciones
modernas, pero siempre es agradable ver su silueta recortada sobre la colina.
Siguiendo las recomendaciones de Joe, nos apartamos de la
vía principal y atravesamos un pinar de esos que no hay en España. Los árboles
han crecidos con las ramas retorcidas y hay un satuario shinto en el centro del
bosque. Un lugar ideal para hacer una paradita y echar unas fotos. Pero hay que
seguir.
Según dejamos atrás el pinar, nos adentramos en una
carretera muy estrecha, con el arcén en muy malas condiciones y con demasiados
camiones como para disfrutar de las vistas. Empieza la parte más fea del
camino, que se extenderá por una buena franja del norte de Kyushu. Y lo más
preocupante, la bici de Gabriel comienza a hacer ruidos extraños. Limpia la
cadena, la engrasa de nuevo, y sigue sonando mal. Finalmente, desmonta la rueda
para observarla con más detenimiento y el chequeo nos devuelve malas noticias:
el casete (donde están los piñones, en la rueda trasera) está flojo o desviado,
y nos falta justo la llave que se necesita para apretarlo. No sabemos cuánto
aguantará en ese estado. Pero hay que seguir.
Tras un día de pedaleo, llegamos Fukuoka, la ciudad más
grande del Kyushu. Tardamos más de dos horas en cruzarla, buscando la casa de
nuestra anfitriona de hoy. Pero las nubes que ya habíamos visto a lo lejos
cumplen con lo prometido, y cuando llegamos a la ciudad nos cae semejante
tromba de agua que tenemos que refugiarnos durante un buen rato en una parada
de autobús. Estamos mojados; agobiados por el tráfico de coches, personas y
bicicletas; un poco perdidos y hambrientos. Pero hay que seguir.
Y así lo hacemos hasta que, ya de noche, encontramos la
casa. Se trata de una mujer que ha acogido a más de 300 personas. Y es que hay
gente que cuando prueba Couchsurfing no puede evitar dejar la puerta de su casa
abierta.
Han sido casi 80 kilómetros. A dormir.
Parece que la bici de Gabriel tiene probemas debeis solucionarlo pronto es una parte importante o buscar un taller que os la solucionen, que zonas bonitas os estais encontrando,seguir disfrutando de todo el viaje como hasta ahora,abrazos Jose
ResponderEliminarqué envidia me dais, no sé las veces que os lo he dicho ya.Sitios de ensueño que suerte.Cuidaros mucho.Merche
ResponderEliminar